POR VIDAL MARIO : Fue cocinera del doctor Perrando,a los 96 años falleció Marina Zelaya de Perón

POR VIDAL MARIO : Fue cocinera del doctor Perrando,a los  96 años falleció Marina Zelaya de Perón

A los 96 años de edad, falleció en la localidad de General Vedia la señora Marina Zelaya de Perón, ex empleada doméstica del doctor Julio C. Perrando.

Era una de las dos hermanas de mi fallecida madre que vivían en Resistencia y que, en 1966, aunaron esfuerzos para traernos a mi hermana y a mí a Resistencia.

A mí me tocó vivir con ella, en su casa de la calle Antártida Argentina (hoy Arturo Illía) 1689, Villa San Juan.

Como siempre me encantó la historia, obviamente que tengo conocimiento de la de ella, conocimiento que me permite construir las líneas que siguen a continuación.

Nacida en Itá (Paraguay) en 1928, estrenó sus flamantes 22 años cruzando el río en un barco que venía a la Argentina. El 25 de mayo de 1950 bajó en Corrientes y de inmediato pasó a Barranqueras, a casa de su tío, el exiliado paraguayo Juan Orué.

Llegaba convencida de que su habilidad para la cocina le daría aquí el bienestar que su país, que acababa de salir de una horrenda guerra civil, le negaba.

La suerte le sonrió a la joven. Veinte días después ya trabajaba como cocinera en uno de los más bellos chalets de Resistencia.

“Mi patrón era el doctor Perrando, quien había venido de Buenos Aires en 1904 a trabajar como médico de la municipalidad; un hombre de buen corazón”, recordaba.

El doctor Perrando le asignó una habitación en la planta alta de la hoy emblemática casona de la avenida Sarmiento.

“Yo era la cocinera, hacía comidas típicas paraguayas y puchero, que eran su debilidad”, señaló.

Eran, dijo, cuatro empleadas, una de las cuales “al poco tiempo se juntó con un correntino y se fue”.

A otra de sus compañeras la recordaba como Cata. “Era –dijo- de Colonia Pastoril, se casó con un griego que conoció aquí, fue a vivir a Grecia y después a España. Capaz que ya murió porque hace muchos años que ya no me escribe”.

La tercera y más antigua era la jefa, la “vieja Dolores”, es decir, Dolores Santos.

Con ella, dijo, “el doctor se iba a veces a una estancia que tenía en General Pinedo”.

“Yo trabajaba feliz porque ganaba siete pesos por mes, no gastaba nada, tenía techo y comida, y me permitía ir a la noche a estudiar Corte y Confección en la Escuela Zorrilla”, añadió.

Seis años estuvo en ese lugar compartiendo diarias vivencias con las citadas compañeras.

En 1955, durante un baile en la pista “El Jardín de las Rosas” que funcionaba en Güemes e Yrigoyen, (hoy sede central del Banco del Chaco), conoció a alguien.

Se llamaba Celestino Perón, uno que había venido de General Vedia para abrirse paso como joyero y relojero. Ese encuentro puso punto final a su etapa de empleada del doctor Perrando.

“Con el doctor nos despedimos con tristeza porque me quería y yo también a él porque fue un patrón muy bueno y respetuoso”, relató.

Sólo la magia del amor podría explicar que dejara el espléndido chalet del doctor Perrando para ir a vivir en una precaria vivienda de la calle Carlos Boggio.

Crece la familia

Fruto de su unión con Celestino, en 1956 nació Edi Perón, también ya fallecida. Después, el grupo aumentó con la llegada de Osmar Perón, dedicado hasta hoy a la joyería.

En febrero de 1966 la familia creció aún más con la llegada de los hermanos Vidal (es decir, yo) y Elba, de 12 y 10 años, respectivamente, provenientes de Itá, Paraguay.

Finalmnte, el 18 de junio de 1973 la familia se completó con el nacimiento de Juan Domingo Perón, hoy productor ganadero en la zona de General Vedia.

Regreso, 61 años después

En el 2016, sesenta y un años después de despedirse con un fuerte abrazo de su patrón, la señora Marina Zelaya de Perón regresó al chalet de la avenida Sarmiento.

“Ah, está todavía la pajarera, pero no está la planta de limón que estaba adentro”, fue lo primero que dijo al trasponer el portón después de tantos años. Fue recibida por la presidenta de la Asociación Italiana, Marcela Murgia.

La anciana le dijo a su anfitriona que cuando vivía allí le daba “mucha lástima ver encerrados en esa jaula a esa gran cantidad de pájaros que le vendían las indias o él traía del campo”.

Los empleados del chalet grabaron otros recuerdos suyos, como éste: “A las 7 de la mañana le servía el desayuno, después iba a ver lo que hacía el jardinero, un italiano al que llamábamos Nicha y al que no se le entendía nada. El resto del día atendía pacientes, leía diarios y revistas, dormía su siesta y recibía a sus amigos”.

Señaló que el citado jardinero también vivía en el chalet. “Dormía en una pieza que estaba sobre la Ayacucho, ganaba menos que nosotras, cinco pesos mensuales, y se hacía su propia comida”, subrayó en otro momento de la visita a su viejo lugar de trabajo.

A cada pregunta de Marcela Murgia o de algún empleado, doña Marina respondía abriendo las puertas de la memoria a los seis años pasados en el chalet.

“Le gustaba el cine, y se iba siempre a uno que estaba donde hoy es el Banco Hipotecario. Nos traía entradas para que fuéramos nosotras también”. “A veces nos llevaba a la casa de su hermano, en Barranqueras, uno que tomaba bastante”. “Estoy viendo que hay todavía muebles de él, como ese juego de comedor que mandó hacer en Corrientes”. “Tenía una hermosa bodega en el sótano”, señalaba a medida que pasaba revista a sus recuerdos.

Inclusive, recordó el fallecimiento de su ex patrón, muy sentida por toda la comunidad.

En éste sentido, dijo: “Fue impresionante la caravana de autos que lo acompañó hasta el aeropuerto, que estaba donde ahora es la cancha de Central Norte. Mi viejo y yo fuimos en bicicleta. Subieron el cajón en un avión y lo llevaron a Buenos Aires para enterrarlo allá”.

Al retirarse, en el portón se dio vuelta y a manera de despedida hizo la señal de la cruz.

“Por las dudas –dijo-. Tengo ya 88 años y por ahí ya no me da el tiempo para volver aquí otra vez”.

De hecho, nunca más pudo volver.