INDIA : Hombres armados masacran a turistas en Cachemira india y dejan al menos 24 muertos.

INDIA :  Hombres armados masacran a turistas en Cachemira india y dejan al menos 24 muertos.

El reciente atentado contra un grupo de turistas en la localidad de Pahalgam, en la conflictiva región de Cachemira, ha dejado al menos 24 muertos y más de una docena de heridos, según las primeras informaciones oficiales. Este ataque, uno de los más graves contra civiles en los últimos años, no solo ha teñido de sangre una de las zonas más pintorescas del Himalaya, sino que ha vuelto a evidenciar cómo el turismo, símbolo de normalidad y esperanza, se ha convertido en un objetivo político en el tablero de tensiones entre Nueva Delhi y los grupos insurgentes cachemires.

El grupo armado Resistencia de Cachemira, que se ha atribuido la autoría del ataque, ha justificado la masacre aludiendo a un supuesto “cambio demográfico” impulsado por el asentamiento masivo de personas ajenas a la región. Aunque su argumento es difícil de sostener desde cualquier óptica ética, revela el profundo malestar que persiste desde que el Gobierno de Narendra Modi decidiera en 2019 suprimir el estatus especial de Jammu y Cachemira, disolviendo su limitada autonomía y centralizando su administración. Aquella maniobra, amparada en la lógica de la unidad nacional, fue percibida por amplios sectores de la población local como una agresión directa a su identidad cultural, religiosa y política.

El atentado de Pahalgam, más allá de la tragedia humana, tiene implicaciones que van mucho más allá del ámbito local. En primer lugar, dinamita los esfuerzos del Ejecutivo indio por proyectar una imagen de estabilidad en la región, donde desde hace meses se venía impulsando un plan turístico ambicioso con el objetivo de atraer inversiones y normalizar la presencia civil. Pahalgam, a menudo apodada la “Suiza del Himalaya”, se había convertido en un escaparate de ese nuevo relato oficial, donde la belleza natural escondía una militarización profunda y un creciente descontento social.

En segundo lugar, la masacre vuelve a poner en entredicho la estrategia de seguridad del Gobierno indio. Las reiteradas operaciones militares, las restricciones a las libertades civiles y el silencio forzado de las voces disidentes no han conseguido desactivar la insurgencia. Por el contrario, la radicalización de algunos sectores ha encontrado nuevos motivos para justificar su violencia, en un contexto donde los canales democráticos de expresión han sido sistemáticamente cerrados. El terrorismo nunca puede justificarse, pero su persistencia debe hacernos reflexionar sobre las causas profundas que lo alimentan.

El primer ministro Modi ha condenado “con firmeza” el atentado y ha prometido llevar ante la justicia a los responsables. Sin embargo, su discurso se mantiene dentro de los márgenes del endurecimiento retórico, sin ofrecer una hoja de ruta política realista para resolver el conflicto. Mientras tanto, la ciudadanía cachemir vive entre el miedo, la frustración y la impotencia, atrapada entre un nacionalismo agresivo y una insurgencia nihilista que instrumentaliza su sufrimiento.

La tragedia de los turistas asesinados —víctimas inocentes de un conflicto que probablemente desconocían— debe servir como llamada de atención internacional. Cachemira no es solo una disputa territorial entre dos potencias nucleares; es también un conflicto humano, identitario y civilizatorio que exige diálogo, empatía y, sobre todo, voluntad política para imaginar un futuro más justo y pacífico.

Porque mientras Cachemira siga siendo un territorio gestionado con mano de hierro y habitado por fantasmas del pasado, ningún plan turístico podrá borrar la sombra de la violencia que lo atraviesa.